Biografía de Miguel Ángel Martín Salázar
Miguel Ángel Martín Salazar, sin lugar a dudas, es el creador de
música más universal que ha dado la llanura colombiana y, en
particular, el Arauca vibrador. Este llanero es para Colombia lo
que Pedro Elías Gutiérrez, el autor de Alma Llanera, representa
para el hermano país de Venezuela.
Miguel Ángel nació en Tame -segunda ciudad del departamento de
Arauca y una de las más antiguas del oriente llanero, junto con San
Martín- el 24 de mayo de 1932. Este araucano pura sangre se dedicó
a hacer patria calladamente como creador, como músico de academia,
como investigador de la cultura y el folclor de su gran pueblo y
nación.
Miguel Ángel fue considerado en Colombia y más allá de sus
fronteras como uno de los personajes más comprometidos con el
desarrollo cultural y artístico del país.
“El Chueco”, como cariñosamente se le conocía, no es únicamente el
compositor de Carmentea, el himno sentimental de la media Colombia,
sino de una cantidad admirable de pasajes, pasillos, corridos,
golpes, poemas, cuentos, leyendas y consejas que no han sido
debidamente catalogados y editados por las autoridades culturales
para mayor afianzamiento de la nacionalidad. Fue, además, un
estupendo narrador que dejó el relato largo Marcolino Carajón y un
novelista que se regodeaba con el título ampuloso de su Casanaria.
Editor, conferencista, crítico, músico, llanero a ultranza, Miguel
Martín fue el Llanero Epónimo del Siglo Veinte, y así debería
reclamarlo todo el pueblo llanero.
“Tu cuerpo de palma real, tus labios de corocora.
Y ese cabello de noche del que mi alma se enamora”.
(pasaje de unos de sus escritos)
Miguel Ángel Martín, con rezagos de sangre francesa en sus venas,
se crió y educó artísticamente en Tame, gran escuela natural de
música donde todos sabían tocar o cantar aires de la llanura. En
ese lugar basta un guitarro o guitarra para que los peones
cantores, aprovechando la luna clara, interpreten romanzas criollas
o hablen de relaciones amorosas con torneos medievales de por
medio.
Para un creador como Miguel Ángel todo era motivo de alegría y
complacencia: los niños vendedores, los borrachos liberales, los
cantantes, el entorno ecológico, las mujeres de caminar elegante,
la luna y los amaneceres de ese pedazo de Colombia.
La idiosincrasia del pueblo llanero se reflejaba con solo abrir la
ventana de los Martín; por allí se filtraban también los aromas de
la comida llanera: tungos, tamales, sancochos, mamonas, carnes
ahumadas o procesadas con condimentos, génovas, longanizas, arepas
asadas… Sin olvidar que en las noches de canto, corrio, de velada
de ganado, Joropo, con motivo especial o sin él había parrandas de
dos o tres días, todo por cuenta del dueño de Hato.
En 1948, después de haber estudiado en Villavicencio y Bogotá,
regresa a Tame con el fin de dar mayor atención al área folclórica
y popular de la provincia oriental colombiana.
Sus compañeros de fiesta y escuela musical fueron, entre muchos
otros, Luis Trujillo, Álvaro Salamanca, Humberto Álvarez, Ariosto
Riaño, Fernando y Tibaldo Domínguez.
Miguel Ángel, a diferencia de sus hermanos, no recibió clases con
profesores particulares. Aprendió con músicos que lo instruyeron de
singular manera; supo tocar y componer gracias a la anónima labor
del llanero que canta e improvisa y fue así como uno le enseñaba el
golpe, otro a afinar el instrumento y el de más allá a cantar
entonadamente las canciones.
Ya la en plenitud de su juventud, enamorado y viajero, se dirige a
la capital del departamento de Arauca. Allí es nombrado funcionario
público de la entonces Intendencia. Comenzó a sobresalir en su
carrera como promotor musical; en su grupo asesor se destacan:
Miguel Matus, Juan Cayle, los hermanos Padilla, Pedro Herrera,
Víctor Borja, Luis Tovar y Ramón Casanova.
Gracias a este ilustre grupo de folcloristas, la música llanera
tuvo la oportunidad de ser difundida no sólo en el llano sino
también a lo largo y ancho del país. En estas faenas de
divulgación, Miguel Ángel Martín conoció a David Parales Bello, el
arpista; a Luis Ariel Rey, el jilguero; a Rafael Martínez, el
declamador; y a Héctor Paul, el romancero. Todos ellos brillantes
artistas y amigos… Todos ellos unidos por el amor, el folclor y el
llano.
De acuerdo con ese objetivo, comenzó una inquietud creativa que se
tradujo en la organización de grupos musicales y la composición de
canciones con ritmos populares, valses sureños, boleros y, ¡claro
está!, joropos.
Estando inmerso en esa actividad cultural, Miguel Ángel Martín
percibe la imperiosa necesidad de conformar escuelas especializadas
y festivales de música; consciente de sus limitaciones viaja a
Cúcuta, aceptando la invitación del maestro Pablo Tarazona,
director del conservatorio de esta ciudad. Corría 1953 y su ánimo
estaba intacto. Las expectativas de desarrollo folclórico de los
llanos se ampliaron con su ingreso a la academia. Tecnificado su
conocimiento respecto a la música, gestiona con el Gobernador de
entonces la fundación de la academia folclórica de Villavicencio, y
la creación del Festival de la Canción Colombiana, así como la del
Torneo Internacional del Joropo, que han sido las instituciones de
mayor raigambre en el llano colombiano.
Los eventos propuestos por Martín eran notablemente alimentados por
su creación musical, destacándose canciones como: La carta de un
ciego, el yaguazo, Ella, Los profesionales, Torito pitador, Llano y
llanero, Canta cucaracherito, La turra petra, Olga Lucía, Reina del
amor, Dulce María, Está pidiendo mi pueblo, Gavilán de rondón,
Sueño, Arauca Martín, Torondoy, y muchas otras que, como él mismo
lo afirmaba, están empañadas por la fama de Carmentea.
El Festival de la Canción Colombiana nació, pues, en 1962 y surgió
gracias a la idea de formar un espacio para el encuentro folclórico
de los distintos ritmos colombianos. Esta -como todas las campañas
emprendidas por Martín- se hizo a costa de mucho sacrificio y
tesón, teniendo que superar infinidad de obstáculos. En la primera
versión del festival el galardonado fue José A. Morales, con su
tema Ayer me echaron del pueblo.
Todos estos festivales fueron consecuencia del espíritu romántico y
emprendedor de Martín, quien no admitía detenerse ante el firme
objetivo de difundir la cultura popular de la región y de la
Nación. Para ello no importaba el medio: buscaba participantes en
las pensiones donde llegaban llaneros que supieran interpretar un
instrumento, o entonar una canción, y los llevaba para hacerlos
concursar para el crecimiento y consolidación del arte. Figuras
como Arnulfo Briceño, Jesús David Quintana, Julio César Alzate,
Carlos Julio Ramírez y Álvaro González, resplandecieron en el
panorama musical colombiano.
Miguel Ángel Martín, en su lucha por promover las manifestaciones
típicas de la región, se interesó también por la docencia. Así, su
vocación folclórica aterriza en su vinculación al magisterio,
constituyéndose en un medio eficaz de divulgación de lo llanero a
través de seminarios, conferencias, charlas, artículos y
libros.
Su obra folclórica editada tiene como mayor exponente el “Libro del
folclor llanero”, un compendio cultural del llano, el cual abarca
todo el espectro de la sabiduría popular del oriente
colombiano.
Su significado es inmenso, así como todos sus ensayos, que
constituyen un gran legado para el patrimonio nacional. Otros
libros y ensayos sobresalientes son: Marcolino Carajón y
Lemmings.
Al lado de él, cada vez que emprendía una gesta, estaba su esposa
Nancy Castañeda, Química Farmacéutica de la Universidad Nacional,
investigadora y catedrática, con quien tuvo a su hija, Arauca, cuyo
nombre, “En honor a mis antepasados y como canto viviente a la
hermosa y amada tierra araucana”.
Su actividad artística y cultural fue reconocida profusamente a
través de distinciones como El Centauro de Oro, la Orden de
Villavicencio y la Medalla Camilo Torres, y con su aceptación en
todas las academias.
Miguel Ángel murió joven -como siempre había vivido- en 1994.
Cumplió con el destino del hombre y un poco más porque reforestó la
tierra con árboles nativos. Escribió música inmortal y libros.
Promovió festivales y el nacimiento de grupos y compositores. Se
codeó con los grandes de Colombia, Venezuela y España.